En el artículo pasado, hablamos acerca de la aversión natural del ser humano hacia la pérdida y el miedo a dejar cualquier tipo de inversión. En él mencionamos que existen dos formas generales de tomar las decisiones: de manera racional y de manera irracional, respectivamente. Como se puede intuir, las personas racionales presentan conductas diferentes a los que no lo son (como en los casos señalados en el artículo anterior). El día de hoy profundizaremos más en este aspecto y cómo afecta en situaciones de riesgo (mayormente monetario).
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Solución de problemas en base a la racionalidad
Cuando se trata de problemas, los seres humanos funcionan como robots con una programación específica, repitiendo los mismos comportamientos – incluyendo en ocasiones los aciertos y los errores previos – por lo que más que una toma de decisión racional, solamente actuamos por instinto con el patrón de problema – solución probada. En ocasiones las personas siguen las recomendaciones dadas por estudiosos en la materia, como hacer una lista de ventajas y desventajas de la situación, preguntar a personas de confianza y cuidar su autonomía lo cual es correcto, pero resulta ser un comportamiento fuera de la naturaleza humana lo que podría llevar a un sujeto indeciso a volver a una situación inicial de aversión a la pérdida y pensar “Estos consejos no me sirvieron de nada”. Los seres humanos nos fijamos más en la probabilidad de pérdida que en las ganancias posibles.
La teoría de la probabilidad en la toma de decisiones
En el año 2002 Daniel Kahneman y Ama Tversky consiguieron el premio Nobel de economía por su trabajo sobre probabilidad. En este describieron que las opciones alternativas conllevan un grado mayor de riesgo, (pues se presupone que, al ser “Planes B”, existe más incertidumbre debido a la poca atención que se les pone, porque no se consideran principales) cuando se conocen las probabilidades
Para compensar este déficit de confianza, se tiende a aumentar riesgos en situaciones muy riesgosas, ocasionando un comportamiento imprudente y extremadamente peligroso. Esto nos indica que paradójicamente, el aumentar el riesgo nos causa calma. No obstante, al final, pocas personas son capaces de dominar la propia bola de nieve creada por ellos mismos y terminan cavando su propia tumba. Asimismo, se ha demostrado que las emociones positivas aumentan relativamente igual en todos los casos, ya sea con grandes o pequeñas ganancias, ocasionando la conducta descrita al principio de este párrafo.
El “adornar” el riesgo aumenta la confianza
Cotidianamente observamos este efecto en las tiendas, cuando en sus escaparates resaltan los descuentos que tienen en sus productos. Un descuento es una acción muy atractiva para un consumidor, pero ¿Acaso no es mejor asegurar que el cliente compre el producto? Un descuento marca la diferencia en una venta, sin embargo, en ocasiones resulta que toparnos con ellos es muy recurrente, reduciendo así su efectividad con las personas: Por tanto, especialistas en Marketing buscan día con día la renovación de estrategias de venta sólidas que brinden la confianza al consumidor; ¿Y si en vez de ofrecer un descuento, ofrecemos “Evitar un recargo o precio extra si compramos el producto”? Estaríamos ofreciendo un descuento, solo que maquillado. Ese pequeño cambio ha demostrado ser más efectivo que el descuento.
Otros ejemplos de lo anterior son los “adornos” en las palabras dichas por personas de manera cotidiana para convencernos (véase el típico hijo que trata de convencer al padre o madre de que le den permiso para una fiesta, si este lo pregunta tal cual “¿Puedo ir a la fiesta?” tal vez los padres no le den tan fácil el permiso, pues ellos creen cuidar de a hijo de los posibles peligros de aquella reunión. No obstante, si el hijo plantea la pregunta como “Voy a reunirme con unos amigos, terminaré unos pendientes y luego me quedaré un tiempo más con ellos”, por norma general, hay más probabilidades de que los padres otorguen el permiso.
El riesgo que podemos soportar es relativo y depende de cada persona, no obstante, existe una gran cantidad de gente que sufre de la llamada “Parálisis de la decisión” a la cual le dedicaremos un artículo en los siguientes días:
Cuéntanos, ¿Cuánto riesgo puedes soportar?