En el artículo anterior te hablamos sobre cuántos riesgos somos capaces de soportar los seres humanos, y el por qué del miedo a la pérdida en casos negativos; el día de hoy le daremos continuidad a lo visto antes, hablando sobre la llamada Parálisis de la decisión.
Claro está que, para asumir riesgos, primeramente, debemos ir por el camino que nos lleve hacia aquel punto, y aquí es donde entran las decisiones; cada una de ellas tiene un peso en nuestra vida, y son las que nos definen y diferencian de otras personas. Desde cómo te vistes, qué música escuchas, hasta qué comes y qué no, son actos tan cotidianos que casi nunca valoramos como importantes o trascendentes para nuestra vida.
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Sin embargo, si nos vamos a situaciones un poco más serias, como pedir un préstamo o seguir ahorrando, ayudar a esa persona que nos pide un favor, buscar un mejor empleo, qué licenciatura o ingeniería estudiar, etc.… Sentimos ahora que nuestro destino depende de lo que elijamos en la ocasión de nuestra importancia. Aquí es donde muchas personas se “paralizan” y no saben ni qué hacer ni cómo elegir, por lo que comúnmente evaden la responsabilidad de elegir, esperan a que otra persona tome la decisión o buscan ayuda de personas de confianza para sentirse más seguros y evitar la aversión al riesgo o a la pérdida que los come por dentro. Pese a todo lo anterior y por más que la persona quiera, la indecisión sigue, ¿Por qué ocurre esto?
La parálisis de la decisión
Esta teoría explica cómo curiosamente mientras más decisiones tenga que tomar una persona, es más probable que esta no haga nada y no resuelva sus problemas; por tanto está demás decir que mientras más decisiones importantes existan, la parálisis de la decisión aumenta.
A las personas que sufren de fuerte indecisión, pueden incluso pensar que, el tener la libertad de decidir, es un problema, por lo que el determinismo sin opción sería mejor que la elección propia. Claro que está que estos pensamientos lo único que ocasionan es el daño en la perspectiva interna de la persona y una sensación profunda de impotencia:
Asimismo, la teoría asegura que mientras más tiempo tardemos en tomar una decisión es aún más probable no hacer nada, explicando así porqué muchas personas dejan sus deberes para “última hora” (como se dice coloquialmente)
Para probar lo anterior, se hizo un estudio en el año 2001, donde se le pidió a varios participantes, rellenar varios formularios a cambio de una de una recompensa. A una parte del grupo de participantes se les dijo que tendrían que entregar los cuestionarios en 5 días, mientras que la otra parte del grupo tenía que entregar los formularios en 21 días. A un tercer grupo se le dijo que no había fecha límite para entregar los cuestionarios. Los resultados fueron concluyentes: El 60% de los participantes del grupo de los 5 días entregaron los formularios, el 40% de los participantes del grupo de los 21 días entregaron los cuestionarios, mientras que solamente el 25% del grupo sin fecha límite entregó los formularios. Esto demuestra que mientras más rápido tomemos las decisiones, es mejor, pues hay más posibilidades de actuar.
Existen recomendaciones para las personas que sufren este efecto tan perjudicial para muchas personas:
- Hay casos donde la falta de decisión no es reconocida como un problema por las personas que la sufren; por lo que reconocer el problema siempre es un buen primer paso.
- Desactivar el “piloto automático” y saber que la decisión en cuestión pesa; saber el coste de no tomar o tomar decisiones, así como las consecuencias que podría tener es importante para no elegir cualquier cosa.
- Actuar como el “abogado del diablo” aunque parezca perjudicial, no lo es; ver con ojos opuestos a nuestros valores la situación, amplía nuestro conocimiento y nos previene posibles problemas.