La palabra violencia proviene del latín violare, que significa infligir, quebrantar o abusar de otra persona (Romero, 2007), comprende un conjunto complejo de comportamientos, actitudes, sentimientos, prácticas, vivencias y estilos de relación entre los miembros de una pareja que producen daños, malestar y pérdidas personales (Pueyo, 2009). La violencia en el noviazgo hace referencia al uso o amenaza de la fuerza física.
Póo y Vizcarra (2008) señalan características referentes a la dinámica de la violencia: escalada (incremento de las conductas violentas), dirección (referida a quién ejerce y quién recibe violencia), traspaso de límites (trasgresión de acuerdos implícitos y explícitos establecidos por la pareja) y expresión según género (forma que adopta la conducta violenta de acuerdo al género de quien las ejerce). Así, la violencia suele situarse en las relaciones de forma gradual, teniendo un pronóstico nada favorable para los novios porque una vez puesta en marcha, tiende a continuar y a agravarse (González-Ortega, Echeburúa, & Corral, 2008).
Clasificación de la violencia
En función de la naturaleza de los actos, el daño ocasionado o los medios empleados, generalmente es clasificada en física, psicológica y sexual (Sánchez, 2009; Romero, 2007). La física comprende cualquier acto, no accidental, que provoque o pueda producir daño a la integridad física de un individuo como lesiones leves o graves (López, 2004; Romero, 2007; Ruiz, 2007) . Es el tipo más fácilmente detectado (Espinoza & Pérez, 2008) y los medios para ejercerla implican el sometimiento corporal mediante instrumentos o el propio cuerpo (Romero, 2007). De acuerdo con Póo y Vizcarra (2008) los universitarios expresan este tipo de violencia mediante conductas como golpear, apretar, empujar, pellizcar, tirar el pelo y patear. En cuanto a las tasas de la violencia física grave los porcentajes más bajos son para el uso de armas, y los más altos para empujones e intento de estrangulamiento (Castellano, García, Lago, & Ramírez, 1999).
La psicológica implica acción u omisión, se hiere a otra persona sin dejar huellas visibles (Espinoza & Pérez, 2008; Ruiz, 2008). Produce un daño en la esfera emocional, el medio fundamental que se utiliza es la comunicación verbal (Pueyo, 2009; Romero, 2007). Además, se presenta en parejas jóvenes mediante comportamientos como exigir, criticar, manipular, controlar, humillar, insultar, no respetar acuerdos, ignorar, descalificar y discriminar (Castellano, et al., 1999; Ferrer, 2009; Póo & Vizcarra, 2008; Rojas-Solís, 2013c).
Finalmente, la violencia sexual se define como cualquier tipo de presión física o emocional ejercida por una persona para imponer a otra actos de orden sexual (Romero, 2007; Ruíz, 2007; Saldívar, et al., 2008). Se caracteriza por acciones de sexo forzado, hostigamiento sexual, humillación sexual, inducción a la pornografía o prostitución, tocamientos lascivos o la violación (López, 2004; Pueyo, 2009; Romero, 2007; Sánchez, 2009).
Prevalencia
El maltrato psicológico suele ser el más reportado en población joven (Cortaza, Mazadiego & Ruíz, 2011; Instituto Mexicano de la Juventud, 2008; Rey-Anacona, Mateus-Cubides & Bayona-Arévalo, 2010; Villafañe, Jiménez, Carrasquillo & Vázquez, 2012; Vizcarra & Póo, 2011). El 45.3% de las mujeres y el 71.9% de los hombres manifestó que en sus relaciones había violencia de este tipo (Mañas, Martínez, Esquembre, Montesios & Gilar, 2012). Tasas similares de hombres (17%) y mujeres (16%) informaron de algún tipo de violencia en los últimos seis meses (Saewyc et al., 2009). Al mismo tiempo, Wekerle, et al. (2009) encontraron que la violencia era común en más de la mitad de las mujeres (63-67%) y casi la mitad de los hombres (44 49%). Moral y López (2013b) hallaron que la media de violencia ejercida fue mayor que la recibida, y las mujeres reportaron recibir menos violencia que los hombres, pero sus medias de violencia ejercida fueron equivalentes a las de ellos.
Perpetración
La perpetración hace referencia a quién ejecuta el acto violento, algunos estudios afirman que las mujeres pueden iniciar interacciones agresivas físicamente con mayor frecuencia que sus parejas masculinas (Dasgupta, 2002). Murray, Wester y Paladino (2008) hallaron que de los universitarios con violencia en el noviazgo, 73% la habían perpetrado contra sus parejas en el último mes. Al mismo tiempo, Swahn et. al. (2008) identificaron que el 24.8% de los integrantes de la relación de pareja cumple el papel de victimario. Otro trabajo mostró que 37% de las mujeres y 23% de los hombres ejercieron violencia hacia su pareja (Straus, et al., 2009).
De acuerdo con Villafañe, et. al. (2012), las experiencias más reportadas por los estudiantes fueron haber gritado o insultado a su pareja (54%), haberla criticado o humillado (39%), haber destruido objetos o golpear la pared por enojo (34%) y presentar conducta controladora (34%). Las mujeres fueron más propensas a arrojar objetos, abofetear, patear y morder; los hombres fueron más propensos a dar palizas, asfixiar o estrangular (Archer, 2002). Por medio de una investigación en estudiantes universitarios, se dio a conocer que las mujeres ejercen violencia por medio de callar al otro fuertemente, gritos, arañazos, bofetadas y patadas, y los hombres, recurren a los chupetones (“hematomas causados por una fuerte succión con la boca”), quemaduras con cigarro, cerillo o encendedor, intento de estrangulamiento y amenaza con arma de fuego (Oliva, González, Yedra, & Rivera, 2012).
Según Muñoz-Rivas, Graña, O’Leary y González (2009), el porcentaje de hombres agresores es superior al de mujeres (35.7% vs 14.9%). Otros resultados arrojan que el 35% de los varones había presentado violencia psicológica, 15% física y el 17% sexual; en comparación, el 47% de las chicas informaron violencia psicológica, 28% física y el 5% sexual (Sears, Byers, & Price, 2007).
Rivera-Rivera, Allen-Leigh, Rodríguez-Ortega, Chávez-Ayala y Lazcano-Ponce (2007), hallaron que las mujeres son quienes perpetran mayormente la violencia física y los hombres la psicológica. Igualmente se encontraron tasas más altas de perpetración de la violencia física en mujeres que en hombres (Corral, 2009; Dasgupta, 2002; Desmarais, Reeves, Nicholls, Telford y Fiebert, 2012b; Muñoz-Rivas, et al., 2007; O’Leary, Smith, Avery-Leaf, & Cascardi, 2008). Para Archer (2000), las mujeres tenían una probabilidad ligeramente mayor que los hombres a utilizar uno o más actos de agresión física. Por otro lado, Álvarez (2012) halló más estudios con un registro mayor de perpetración de violencia física o iniciación de las agresiones por las mujeres que por los hombres. Mientras más de una de cada cuatro mujeres ejerce violencia física contra su pareja, uno de cada cinco hombres informa haberla perpetrado (Desmarais et al., 2012b).
Es innegable que las mujeres son capaces de ejercer violencia contra sus parejas, misma que es comparable a la de los hombres en términos de contexto, motivación, resultados y consecuencias (Dasgupta, 2002). No obstante, es cierto que la violencia física perpetrada por las mujeres es menos probable que resulte en lesión, y que las mujeres sufren mayores tasas de lesiones graves (Archer, 2000; Chiodo, et al., 2011; Dasgupta, 2002; Desmarais, et al., 2012b; Muñoz-Rivas, Graña, & O’Leary, 2007).
Victimización
La victimización hace referencia a quién recibe los actos violentos. En el caso de los varones, se reportan actos de victimización por medio de amenazas, empujones, cachetadas y patadas, mientras que las mujeres tienden a ser víctimas de insultos, indiferencia, amenazas, golpes con objetos, empujones, cachetadas y patadas (O’Leary, Smith, et al., 2008). Tomando en cuenta a Swahn, et al. (2008), el 30.7% de los integrantes de una relación de noviazgo sufre de victimización, para Giordano, et. al. (2010), el 32.7% lo hace (46% mujeres y 13.2% hombres). También, Murray, et al. (2008) descubrieron que el 48% de los universitarios la habían experimentado. De acuerdo con Villafañe, et al. (2012), las experiencias de violencia más reportadas fueron críticas o humillaciones (48%), gritos e insultos (47%) y conducta controladora (46%).
En otro estudio el 25.7% de las mujeres informaron que sus parejas masculinas las habían violentado, por otro lado, los varones fueron dos veces más propensos que las mujeres a indicar sólo victimización (13.7% frente a 6.7%) (Straus & Gozjolko, 2007). En cuanto a dicha victimización sufrida por los varones existen estudios que demuestran que reciben mayor violencia psicológica (Comezaña, 2006; Lehrer, et al., 2009; O’Leary, et al., 2008; Saewyc, et al., 2009) y física (Comezaña, 2006; Lehrer, et al., 2009; O’Leary et al., 2008; Rivera-Rivera, et al., 2007; RojasSolís, 2011; Rojas-Solís & Carpintero, 2001).
Dasgupta (2002) encontró que más varones (31%) reportaron que sus parejas los habían agredido físicamente. Por su parte, Lehrer, et al., (2009) observaron que el 15.1% de las mujeres y el 26.6% de los hombres reportaron alguna forma de victimización física, y respecto a las lesiones físicas, el 15.9% de las mujeres y el 6.9% de los hombres informaron al menos una lesión. Chiodo et al. (2011) y Comezaña (2006) coinciden en que las mujeres reciben mayor daño físico en comparación con los varones. Aunado a ello, Álvarez (2012) descubrió que los hombres sufren mayores niveles de victimización por violencia física. Además, en otra revisión se concluyó que aproximadamente una de cada cuatro mujeres y uno de cada cinco hombres experimentaron este tipo de violencia en su relación (Desmarais, et al., 2012a).
En México, según la Encuesta Nacional de Violencia en las Relaciones de Noviazgo levantada en contexto rural y urbano, el 15% de los jóvenes habían experimentado violencia física (61.4% mujeres y 46% hombres); 76% de los jóvenes fueron víctimas de violencia psicológica, y el 16.4% de las chicas declararon violencia sexual (Instituto Mexicano de la Juventud, 2008). A partir de otro estudio, se encontró que 45.5% de hombres y 46.8% de mujeres reportaron sufrir violencia, no encontrándose diferencias significativas entre géneros (Peña, et al., 2013).
Violencia mutua
Hay otro grupo de investigaciones donde se aborda la simetría de género dejando atrás el modelo unidireccional y haciendo alusión a la violencia mutua, situación en la que los miembros de una pareja se atacan física, sexual o psicológicamente de manera recíproca (Giordano, et al., 2010; Ibaceta, 2011; Johnson, 2006; O’Leary, et al., 2008; Salazar & Vinet, 2011). De hecho, esta simetría ha desafiado la teoría prevaleciente acerca de la violencia de pareja que habla de una asimetría de género (Desmarais, et al., 2012b), debido a que, los detractores de la teoría feminista reclaman que hombres y mujeres la utilizan por igual (Dasgupta, 2002). Existen diversas investigaciones que demuestran la existencia de esta forma de violencia en las parejas jóvenes (Chiodo et al., 2011; Comezaña, 2006; Giordano, et al., 2010; Leal, Reinoso, Rojas, & Romero, 2011; Medeiros & Straus, 2006; O’Leary, et al., 2008; Straus, 2006; Straus & Gozjolko, 2007; Straus & Mickey, 2012). De acuerdo con Giordano, et al. (2010), el 49% de los estudiantes reportaron violencia mutua (46.9% hombres y 51.9% mujeres).
Según O’Leary, Smith, Avery-Leaf y Cascardi (2008), aproximadamente el 94% de los hombres y las mujeres informaron que la violencia psicológica era mutua. También, Corral (2009) encontró que el mayor porcentaje es para las relaciones donde ambos miembros han abusado psicológicamente de sus parejas (90.3%), al mismo tiempo.
62.7% de los hombres y 48.3% de las mujeres declararon hallarse en una relación violenta físicamente donde ambos miembros la utilizaban. En otra investigación el patrón más frecuente fue la violencia mutua, el 62.8% de los universitarios reportaron violencia física, el 93.1% psicológica y el 64.4% sexual (Straus & Douglas, 2004). Más hallazgos demostraron que hombres y mujeres tuvieron violencia mutua tanto física como psicológica (Arias, Azbell & Valencia, 2010; Fernández-Fuertes & Fuertes, 2010; Leal, et al., 2011).
Otros datos que alertan sobre la existencia de patrones de violencia mutua son las correlaciones encontradas entre cometer una determinada agresión y ser víctima de esa misma forma de violencia, sobre todo en la violencia sexual y las agresiones verbales-emocionales (FernándezFuertes, Fuertes, & Pulido, 2006). De acuerdo con la investigación de Rojas-Solís (2011b) no hubo diferencias significativas entre hombres y mujeres en cuanto a las agresiones sexuales sufridas, lo cual podría estar apoyando la idea de un “doble rol” y su posible bidireccionalidad. En un estudio de casos, Romero (2007) encontró que la primera pareja expresaba el poder de forma bidireccional, y en la segunda aunque el poder era mutuo, hubo más experiencias en las que el hombre ocupó la posición de víctima.
Más resultados muestran un patrón recíproco en la agresión psicológica, pero a medida que se agrava la expresión conductual de la violencia, se incrementa su unidireccionalidad (Rubio-Garay, LópezGonzález, Ángel, & Sánchez-Elvira-Paniagua, 2012). Al comparar parejas de novios con parejas casadas o que cohabitan, en las segundas, hay menos violencia mutua (Straus, 2006). En este sentido, la violencia en el noviazgo no es un fenómeno que toma sólo una forma determinada, hay situaciones que siguen una pauta unidireccional y hay otras en donde la pauta se asemeja más a la simetría (Ibaceta, 2011; Rojas-Solís, 2013a, 2013b).
Hasta el momento se han señalado investigaciones acerca de la violencia en el noviazgo en cuestión de victimización, perpetración y violencia mutua, cuyos resultados son variados e incluso se contraponen a las teorías que hacen referencia a los roles tradicionales de género. Desde la perspectiva feminista, la violencia en parejas heterosexuales es el resultado de la sociedad patriarcal en donde el varón ha tenido el papel predominante, por lo que propone un modelo unidireccional de su medición, que consiste en estudiar únicamente los actos ejercidos por hombres contra mujeres (Hamel, 2007, 2009; Rojas-Solís, 2011b). Sin embargo, existe evidencia como la aquí presentada, de que las mujeres son al menos tan violentas como los hombres (Espinoza & Pérez, 2008; Johnson, 2006), enfatizándose la simetría de género.
Al concluirse que la violencia se caracteriza por ser simétrica, los fundamentos teóricos del paradigma patriarcal y la teoría feminista empiezan a cuestionarse a partir de una perspectiva inclusiva de género (Álvarez, 2012; Dasgupta, 2002; Desmarais, et al., 2012b; EsquivelSantoveña, 2012; Hamel, 2007, 2009; Ibaceta, 2011; Rojas-Solís, 2011a, 2013a, 2013b). Desde tal concepción, se considera un modelo bidireccional de la violencia que aplica instrumentos a hombres y mujeres
Por igual, arrojando muchas veces en sus conclusiones niveles similares de agresiones cometidas y sufridas para ambos sexos, haciendo hincapié en la simetría de género y la violencia mutua (Hamel, 2009, Rojas-Solís, 2013c).
Por lo tanto, aunado a que es innegable el incremento de las investigaciones acerca del fenómeno de la violencia en parejas jóvenes, también lo es el hecho de que, tanto a nivel de la pareja como de la sociedad en general, se están presentando cambios socioculturales inminentes que obligan a presentar un abordaje distinto, considerando una perspectiva inclusiva de género y un modelo bidireccional de la violencia (Álvarez, 2012; Esquivel-Santoveña, 2012; Hamel, 2007, 2009; Rojas-Solís, 2011a, 2013a, 2013b). Y a partir de dicho modelo asumir que la víctima, sea hombre o mujer, también es capaz de llevar a cabo acciones para enfrentar dicha violencia activamente y el victimario también podría asumir la pasividad (Rojas-Solís, 2011a).
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Alegría del Ángel, Manoella, Rodríguez Barraza, Adriana, Violencia en el noviazgo: perpretación, victimización y violencia mutua. Una revisiónActualidades en Psicología [en linea] 2015, 29 ( ) : [Fecha de consulta: 23 de septiembre de 2017] Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=133239321007> ISSN 0258-6444