Saltar al contenido

Ideas equivocadas sobre las enfermedades mentales

Uno de los modelos teóricos más ampliamente utilizados en este
ámbito es el Modelo de autorregulación, o Modelo del sentido común, de Leventhal, Meyer y Nerenz (1980). Dicho modelo, que ha sido validado empíricamente (Hagger, Koch, Chatzisarantis y Orbell, 2017), considera que las personas tratan de entender y buscar una explicación a los síntomas asociados a su enfermedad y adoptan un papel activo en la búsqueda de soluciones hacia su problema de salud.

De esta manera, las personas forman creencias sobre sus síntomas
(representación cognitiva y emocional), que influyen en sus estrategias de afrontamiento y en su respuesta emocional a la enfermedad (evitación, desahogo emocional, búsqueda de apoyo social, etc.), mediante un proceso dinámico en el que la información sobre la enfermedad o los cambios en los síntomas influyen en la reevaluación que hacen sobre su enfermedad y, consecuentemente, puede dar lugar a un cambio en las conductas de afrontamiento, búsqueda de ayuda o respuesta emocional (Leventhal et al., 1980). De este modo, el modelo de Leventhal et al. (1980) defiende la importancia de identificar la representación que nos hacemos de las diferentes enfermedades para poder desarrollar estrategias adecuadas de intervención y facilitar la adaptación y recuperación de los pacientes.

De acuerdo con los estudios desarrollados por Leventhal y su equipo, la representación cognitiva de la enfermedad está formada por cinco dimensiones: identidad (denominación o etiqueta de la enfermedad y síntomas asociados a ella), causas (atribuciones de la persona al origen de su enfermedad), duración (percepción del tiempo que considera la persona que se mantendrá su problema), consecuencias (repercusiones derivadas de su enfermedad) y control (expectativas sobre su tratamiento y sobre el control que tiene de los síntomas de la enfermedad) (Leventhal, Phillips y Burns, 2016).

Teniendo en cuenta estas dimensiones, Weinman, Petrie, MossMorris y Horne (1996) diseñaron un instrumento de evaluación de las creencias sobre enfermedades que se puede adaptar a diferentes patologías y colectivos: el Illness Perception Questionnaire (IPQ).

Este cuestionario posteriormente fue revisado mediante el IPQ-R (Moss-Morris et al., 2002), incorporándose, junto a las dimensiones descritas, la evaluación de la representación emocional, siendo hoy en día uno de los instrumentos de evaluación de la percepción y de las creencias sobre la salud más utilizado a nivel mundial (Baines y Wittkowski, 2013; Quiceno y Vinaccia, 2010). A este respecto, el IPQ-R ha sido aplicado para evaluar la percepción de la población general y pacientes en un amplio conjunto de enfermedades físicas y de trastornos mentales (una revisión de estos estudios puede consultarse en Baines y Wittkowski, 2013).

Además de la utilidad de la evaluación de las creencias en la población general, diversos estudios han demostrado el interés de evaluar las creencias que tienen los profesionales sanitarios, en la medida en que se ha encontrado que las creencias de los profesionales afectan a sus actitudes hacia los pacientes y al trato que les proporcionan, así como a la presencia de comportamientos estigmatizantes (Brener, Hippel, Kippax y Preacher, 2010; Teixeira, Pais-Ribeiro y da Costa Maia, 2012; Van Boekel, Brouwers, Van Weeghel y Garretsen, 2013; Worsely, Whitehead, Kandler y Reuber, 2011), con el consiguiente efecto de dichos comportamientos en el rechazo de los pacientes hacia la búsqueda de ayuda posterior (Sartorius, 2007) y su influencia en las creencias que se forman los propios pacientes y familiares de su problema de salud (Ayu, Dijkstra, Golbach, De Jong y Schellekens, 2016; Jacoby, Snape y Baker, 2005). Asimismo, las discrepancias entre la percepción de los profesionales sanitarios y del público general se han asociado con peor resultado de los tratamientos (Ogden y Flanagan, 2008; Russell, Davies y Hunter, 2011), por lo que la comparación de las creencias entre estos dos grupos ha resultado ser una información provechosa para mejorar la intervención (Goodman, Morrissey, Graham y Bossingham, 2005).

En relación con los trastornos mentales, una revisión de 19 estudios realizada por Wahl y Aroesty-Cohen (2010) mostró que si bien en líneas generales se observan actitudes positivas entre los profesionales sanitarios hacia las personas con trastorno mental, todavía persisten ciertas expectativas negativas, tales como la creencia en la peligrosidad de estos pacientes, la persistencia de dudas o escepticismo sobre su posibilidad de recuperación, la opinión de que estos pacientes no deben casarse o tener hijos y la presencia de prejuicios para la aceptación social de estos pacientes en su círculo social y/o laboral, por lo que los autores insisten en la importancia de continuar profundizando en la evaluación de las creencias de los profesionales sanitarios, en la medida en que son los responsables de tomar decisiones importantes sobre la vida de los pacientes y actúan como modelos de conducta y líderes de opinión autorizados.

Asimismo, otro de los aspectos que más atención ha recibido en los últimos años es el estudio de la atribución a causas biológicas del origen de los problemas de salud mental y su impacto en las creencias y actitudes de los pacientes, profesionales y público general (Angermeyer et al., 2011; Larkings y Brown, 2017). En este ámbito de investigación, los defensores del modelo biomédico o de enfermedad –esdecir, el modelo que considera que estos problemas son producto de alteraciones de los neurotransmisores cerebrales, anomalías genéticas o defectos en la estructura y función cerebral– plantean que este marco teórico facilita la comprensión de estos problemas y mejora la visión y aceptación social de las personas con trastorno mental al reducir la carga de responsabilidad y culpa de los afectados y mejorar la actitud hacia la búsqueda de ayuda y la recuperación (Andreasen, 1984; Lee, Farrell, McKibbin y Deacon, 2016).

Para leer el artículo completo