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La gran discriminación a las personas con trastornos mentales

La salud es definida por la Organización mundial de la salud (2018) como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”. En referencia a los problemas de salud mental, la OMS advierte que son más de 400 millones de individuos afectados, y que este número puede incrementarse en un 3% antes de llegar a 2020. Datos como estos, unidos a la elevada estigmatización a la que se ven sometidos los sujetos con trastornos mentales (Castro, 2005), ponen en relieve la necesidad de prestar atención a este tema.

Con esta investigación no sólo se pretende visibilizar un fenómeno de gran importancia de cara al futuro sanitario, sino que se hace desde una perspectiva diferente, una perspectiva social. Así pues, se trata de responder a la pregunta de cómo influye el contexto social sobre los sujetos con trastornos mentales. Para ello se considera fundamental observar y analizar los discursos y prácticas relacionados con la salud mental, prestando especial atención a las dinámicas de discriminación y apoyo social.

Se pone el foco en dos trastornos, la depresión mayor y el trastorno bipolar (tipo I y II).
Por un lado, ambas enfermedades son consideradas graves y pueden llegar a ser crónicas (American Psychiatric Association, 2014). Esto provoca que la dimensión social de la enfermedad mental cobre mayor importancia si cabe, que en los trastornos puntuales. Por otro lado, la depresión es una enfermedad que está más presente en el imaginario social que el trastorno bipolar (Ruiz et al., 2012; Comas y Álvarez, 2002) siendo interesante comparar entre ambos trastornos para observar si existen diferencias en el plano social en base a la conciencia colectiva que se tiene de estos.

Podría decirse que el estigma y la discriminación dan cuenta de aquellas actitudes y
prácticas con una orientación negativa para con los trastornos mentales y que con el apoyo social se aborda la otra cara de la moneda, aquellas actuaciones con una orientación positiva.

Por ello se considera necesario abordar en primer lugar ambos conceptos para luego observar la influencia de estos sobre la salud mental. El estigma es un tema clásico de la sociología en el sentido de que ha gozado de las atenciones de académicos de reconocido prestigio a lo largo de la historia de esta disciplina. Uno de los trabajos más destacados es la obra de Goffman (1963) titulada Estigma: La identidad deteriorada. En ella el estigma se concibe como aquel proceso que deteriora la
identidad social de un determinado sujeto. En este sentido podría decirse que los trastornos mentales son notablemente propensos a sufrir procesos de estigmatización (Corrigan y Watson, 2002), de ahí el interés de profundizar en este concepto.

Sintéticamente el estigma puede definirse como un atributo que vincula a una persona con características sociales indeseables (Jones et al., 1984). Se entiende el estigma de los trastornos mentales como un proceso en el que se vinculan unos estereotipos a una serie de características individuales ocasionando prejuicios. Como resultado de esta vinculación pueden aparecer situaciones de discriminación (Dovidio et al., 1996; Ottati et al., 2005; Muñoz et al., 2009; Simpson y Yinger, 2013). Es decir se pueden desarrollar acciones perjudiciales de cara a sujetos y/o colectivos en base a determinadas características (Rabossi, 1990).

Tanto desde la psicología social como desde la sociología se postula un modelo similar, que diferencia entre los agentes estigmatizadores (Corrigan, Markowitz y Watson, 2004; Corrigan y Watson, 2002; Corrigan et al., 2012; 2005; Link y Phelan, 2014; 2001). A través de los puntos en común de estas investigaciones se podría decir que se dan tres tipos de discriminación:

a) Estructural: producida desde las instituciones sociales hacia el sujeto.
b) Pública: producida de manera informal en las relaciones sociales.
c) Autoestigma: se produce cuando es el sujeto el que interioriza los estereotipos y
prejuicios circulantes en la sociedad. Es reforzado por la percepción de comportamientos de discriminación recibidos.

Como se ha mencionado, la otra cara de la moneda la representa el apoyo social. Este
puede conceptualizarse como todos aquellos recursos que recibe un individuo de su entorno, diferenciándose dos clases de apoyo según las redes sociales desde las que provienen estos recursos: formales (instituciones, servicios de salud etc.) o informales (relaciones personales del sujeto como amigos, familia, compañeros de trabajo etc.) (Rodríguez-Marín et al., 1993).

También debe tenerse en cuenta si el apoyo es de carácter instrumental (recursos materiales e informacionales) o expresivo (de tipo afectivo y emocional) (Gracia et al., 1995). El apoyo social es un fenómeno sumamente complejo. Más aun teniendo en cuenta que a la conceptualización realizada se deben añadir las diferentes funciones que desempeña este apoyo, que pueden ir orientadas hacia la sustentación de la salud (factores que actúan potenciando la salud mental, sin que necesariamente exista ninguna situación de merma de esta) o a la reducción de efectos negativos (actuaciones de cara a situaciones en las que se produce una merma de la salud) (Shumaker y Brownell, 1984).

Cabe resaltar que se puede diferenciar entre apoyo ofrecido por un contexto determinado y apoyo percibido por el sujeto con problemas de salud (Almagiá, 2014). En la presente investigación se tiene en cuenta el posible desfase que puede existir entre apoyo percibido y ofrecido, tratando de contrastar dicha dicotomía teniendo en cuenta tanto la visión del sujeto que recibe el apoyo como la de su contexto.

La bibliografía especializada evidencia que la fuerte estigmatización y discriminación a la que se ven sometidos los sujetos con trastornos mentales puede afectar negativamente a su salud (Angermeyer et al., 2014; Corrigan et al., 2012; Corrigan, 2000; Farina et al., 1971) así como la influencia positiva que tiene el apoyo social sobre la misma (Hamilton et al., 2016; Ye et al., 2016). Para poder la profundizar en la relación entre discriminación, apoyo social y salud mental es necesario ahondar previamente en la construcción y el significado del último término mencionado.

Tradicionalmente los trastornos mentales han estado vinculado a causas mágicas y religiosas (Castro, 2005) y no es hasta los siglos XVIII/XIX cuando se producen cambios en su conceptualización, tomando la perspectiva explicativa de la época un claro enfoque biologicista y positivista (Peset, 2003).
En el siglo XX comienzan a cambiar lentamente estas tendencias y es precisamente en esta época cuando se producen los debates más intensos en torno a la conceptualización de la salud mental.

Se pueden identificar dos perspectivas enfrentadas en el mundo de la academia.
En un extremo, una postura biologicista que contempla la enfermedad mental como un fenómeno meramente orgánico, en el otro, una perspectiva social, que entiende que la enfermedad mental se debe a causas sociales (Guimón, 2006).

Del lado biologicista destacan ideas como la asociación de la enfermedad mental a malformaciones del cerebro (Montero, 1989) o la equiparación de dichas enfermedades con males físicos (Esquerdo, 1989). Así como la vinculación de la enfermedad mental con el crimen (Montero, 1989).

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