Durante algún tiempo se ha considerado el trastorno límite de personalidad (a partir de ahora TLP) como una de las psicopatologías de moda, como un trastorno que ocupa a muchos profesionales de la salud mental y que, según los defensores de la etiología social de las enfermedades (1-5), viene incluido por los cambios en el modo de enfermar como respuesta a las transformaciones en que la sociedad actual se ve inmersa. Algo característico de nuestra cultura de hoy tiene que estar actuando para que esta sea la época borderline, como la de Freud fue la época de la histeria. Podría entrar en las que se han dado en llamar patologías actuales, alteraciones de nuevo cuño que empiezan a surgir con el devenir de la cultura y la evolución tecnológica. Como señala Rodríguez Cahill, la patología emergente es la identitaria, aquella en la que la definición de la propia identidad queda en entredicho o está distorsionada, destacando las personalidades narcisistas, antisociales y límites como las más prevalentes, fruto de los cambios sociales a los que hemos aludido.
Aunque estemos en una época borderline, este trastorno ha existido desde hace muchos años (ya la primera descripción fue realizada por Rosse en 1890) (7), permaneciendo oculto tras otras denominaciones, otros encuadres y otras concepciones, lo cual ha contribuido a que se convierta, quizá, en el trastorno que más confusión terminológica y conceptual ha suscitado y aún hoy sigue produciendo.
Todo el mundo (profesionales, estudiantes e, incluso, gran parte de la población general) parece saber a qué nos referimos cuando hablamos de pacientes límite, pero ¿de verdad sabemos quiénes son y por qué reciben ese apelativo? En resumen, los síntomas esenciales del cuadro borderline son la inestabilidad afectiva, los sentimientos crónicos de vacío, los episodios micropsicóticos, el pensamiento dicotómico del tipo todo o nada, las distorsiones cognitivas puntuales, los episodios de impulsividad y la imposibilidad para estar solo con el consiguiente miedo al abandono. Este último aspecto supone, con frecuencia, que los episodios psicóticos y las conductas impulsivas de tipo autolesivo se desencadenen como respuesta a los abandonos reales o fantaseados.
No obstante, y pese a lo dicho, no todos los sujetos con TLP son iguales ni maniestan la misma sintomatología, ya que hay tantas variedades como síntomas, según predominen unos u otros.
En realidad, como señala Víctor Pérez (8) hay 256 maneras de ser un TLP, en función de la comorbilidad y del peso de los síntomas asociados.
Pero en esta exposición no nos queremos centrar en la descripción
sintomatológica del cuadro TLP, sino que nos gustaría presentar lo propio o
impropio de la denominación del trastorno y, también, la confusión que desde sus inicios suscita el concepto “límite”. En suma, exponemos una cuestión similar a la planteada por Peter Tyrer (9) en el título de uno de sus artículos: por qué el trastorno límite de la personalidad ni es límite ni es un trastorno de la personalidad, dado que, haciendo un estudio profundo de la historia del concepto (10), hemos observado las grandes dificultades que encierran su delimitación, su nombre y su significado.
El término límite, borderline o fronterizo no nació en 1980 con la
publicación del DSM-III, como algunos estudiosos mantienen. Tal denominación fue adjudicada en sus inicios, allá por 1938, por Stern, cuando se entendía que el trastorno era un término medio entre neurosis y psicosis. Era una época en la que las clasificaciones psicopatológicas estaban en ciernes y, bajo la hegemonía del modelo psicodinámico, predominaba un pensamiento dicotómico y excluyente que presuponía que sólo existía lo neurótico y lo psicótico, mientras que el resto se relegaba a un territorio intermedio, fronterizo e indefinido.
El término borderline constituía una idea territorial; es decir, se refería a cuadros clínicos situados en una tierra limítrofe o fronteriza entre otros cuadros mejor definidos. Ya mucho antes, en 1890, Rosse (7) habló de pacientes que se movían en una zona crepuscular entre la razón y la desesperación, llamándolos pacientes borderland (en tierra límite).
Cancrini (11), en un supuesto diálogo con Freud, pone de maniesto las dudas que provoca esta consideración de frontera. Así, imaginariamente, Freud dice:
“Esta bendita frontera es mucho mayor que las regiones que debería delimitar.
Como si para explicar la geografía se dijera que Francia es la frontera que separa los Alpes de los Pirineos”. Pero no busquen: Freud no dijo absolutamente nada sobre los pacientes que nos ocupan.