Vamos a discutir este punto de la exposición ayudándonos de una metáfora y esto lo vamos a hacer así por dos motivos fundamentales. El primero es por un motivo didáctico y facilitador de la comprensión y de la explicación. El segundo es en honor a la psicoterapia que nosotros ejercitamos, que no es otra que una actualización o acomodación de una psicoterapia genérica conocida como Terapia de Aceptación y Compromiso.
Y si utilizamos una metáfora, le hacemos honor a esta terapia porque uno de sus principios generales es el convencimiento de que las metáforas son verdaderas herramientas terapéuticas en el contexto clínico. Se utilizan para hacer ver al cliente una serie de conceptos y de fenómenos que, de otra manera, serían mucho más difícil de discernir. La metáfora que vamos a utilizar es la del “camino”.
Y no vamos a pensar en un camino poético, poco transita do y perdido en un paraje que, precisamente, por estar perdido, tiene un encanto y misterio particulares. No va a ser de esta especie. El camino que vamos a usar como metáfora es un camino moderno, urbano, con su rotondas o glorietas, con sus centros comerciales a los lados, con cruces de caminos muy transitados y regulados por semáforos, pasos de peatones, cedas el paso, etc.
Y tiene que ser un camino moderno, urbano, porque los problemas psicológicos han surgido en un contexto moderno y urbano que no es otro que el contexto de la ciudad. En las sociedades arcaicas había poco espacio para los problemas psicológicos en tanto que la vida estaba muy normalizada. Era una sociedad cerrada y esto significa que el modo de vida y los problemas derivados de tal modo de vida estaban estrictamente pautados. La ciudad, en cambio, es en su génesis un cruce de modos
de vida. Podríamos decir que ya no es la familia la que regula los modos de vida sino el “mercado”. Ahora todo se comercializa: el alimento, la ropa, los enseres de la vida.
Pero también se mercadea con los modos de vida y se ofrecen diferentes alternativas profesionales, familiares, de ocio, que no sólo son alternativos sino que además, en muchos casos, son incompatibles y contradictorios. Y el problema de tener diferentes modos de vida disponibles para usar es que el individuo empieza a ejercitar la “responsabilidad de elegir”. Podríamos decir, y ya adelantamos la que será nuestra tesis más fuerte, que los problemas psicológicos van a tener que ver, de una manera más o menos directa u oblicua, con esta responsabilidad de elegir.
Volviendo a nuestra metáfora del camino moderno y urbano, imaginemos que la vida es una rotonda. Una rotonda tiene la función de repartir el tráfico. Es la ordenación de un cruce de caminos y es la parte del camino urbano que nos facilita dejar una dirección para coger otra.
¿Qué ocurriría si no existiesen estas rotondas? Probablemente uno dejaría un camino y emprendería otro sin más dilación, de manera directa, sin una estación de tránsito. ¿No habéis dado alguna vez más de una vuelta a nuestra rotonda para aclarar las ideas en cuanto a la dirección que tenemos que tomar? Es una especie de tiempo extra-decisional. Pero, ¿y si permanecemos en la rotonda por tiempo indefinido sin tomar ninguna ruta?
Estos son para nosotros los problemas psicológicos. Es un “atasco vital” en la decisión de qué camino emprender a partir de un determinado momento. Tenemos varios alternativos y todos ellos presentan sus ventajas y sus inconvenientes. Unos son muy fáciles de recorrer pero nos llevan a lugares poco atractivos. Otros son muy duros, con mucho tráfico, con semáforos, no obstante nos llevan a lugares más atractivos que los anteriores.
Pero no tomamos una decisión, estamos “atascados”. Mientras sólo uno de nosotros esté atascado en la rotonda, no hay mayor problema. El problema crece cuando la rotonda se colapsa y ya no permite que otros la utilicen adecuadamente. Es cuando el problema psicológico individual se convierte en un problema de calado social. Y el problema también aumenta cuando, al estar permanentemente en la rotonda, no llegamos a ningún destino, no cumplimos con nuestro trabajo en la ciudad, no cumplimos con nuestras obligaciones familiares, etc.
A tal fin se ha creado todo un entramado circulatorio alternativo y ajeno a la vida que nos permite seguir conduciendo, aunque a ningún destino. Conducimos en círculo porque necesitamos movernos. No tenemos más objetivo que permanecer en pausa el tiempo que necesitemos para volver a nuestro camino urbano ordinario.
Este entramado circulatorio alternativo, ajeno a la vida y estéril es la psicologización. Y no nos referimos solo a la psicologización que se ejercita mediante el verbo, sino también aquella que se practica con fármacos, con flores –léanse las “flores de Bach” por ejemplo-, con magia, con futurología. Todo este entramado está al servicio de
aquellos que quedaron atrapados en la rotonda indefinidamente y que no lograron tomar una decisión vital.
La psicoterapia se ha convertido en una institución intermedia (Pérez Álvarez, 1999), entre instituciones que fallan. Cuando la gente se colapsa entre varias alternativas de vida y ninguna de ellas le satisface, surge una vía encubierta, con sentido momentáneo pero sin sentido último que son los problemas psicológicos. La institución psicoterapéutica ofrece la cobertura necesaria a los problemas psicológicos dando una explicación funcional.
Para leer el artículo completo
Fuente
Porcel Medina, Manuel y González Fernández, Rubén (2005). El engaño y la mentira en los trastornos psicológicos y sus tratamientos. Papeles del Psicólogo, 26 (92), 109-114. [Fecha de consulta 28 de abril de 2020]. ISSN: 0214-7823. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=778/77809206