Uno de los rasgos más fascinantes y complejos del ser humano es la creatividad. Si bien este concepto se asocia habitualmente con las disciplinas artísticas, los actos creativos forman parte de nuestras actividades cotidianas. Desde una perspectiva coloquial, la creatividad es considerada como la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas, logrando algo novedoso a partir de ideas previas. Este tipo de procesamiento forma parte de acciones comunes que se producen en la vida cotidiana (Ward, 2007).
En el campo de las neurociencias, la creatividad es entendida como un conjunto de procesos cognitivos que apoyan la generación de ideas nuevas y útiles (Plucker & Makel, 2010; Runco & Jaeger, 2012). Implica, a su vez, procesos de pensamiento autogenerado, dirigidos a un objetivo, sobre todo cuando el sujeto debe cumplir con las demandas de una tarea específica (Beaty, Benedek, Silvia, & Schacter, 2016). La respuesta o producto creativo está determinado por dos factores: la originalidad y la relevancia. El grado de originalidad se define en términos de su novedad, singularidad o rareza estadística, mientras que la relevancia o pertinencia se evalúa en términos de la funcionalidad, utilidad o ajuste de la respuesta para un fin particular o contexto específico (Dietrich, 2004; Wallach & Kogan, 1965).
Las neurociencias abordan el estudio de nuestra capacidad de crear, que es la raíz de toda innovación y resolución de problemas, los procesos mediante los cuales nuestros cerebros generan nueva información y su impacto en la evolución colectiva de la sociedad (McPherson & Limb, 2013); sin embargo, aún existen muchas preguntas por resolver sobre el modo como la mente produce ideas creativas, cuáles son sus bases neuroanatómicas y funcionales o qué factores influyen en la creatividad.
Diversos estudios han identificado las redes neuronales que soportan los actos creativos (Gonen-Yaacovi et al., 2013), así como la liberación de hormonas que se produce durante la realización de una tarea de rendimiento creativo (por ejemplo, la dopamina u oxitocina) (De Dreu et al., 2014), los componentes genéticos y los problemas metodológicos en la investigación experimental de la creatividad (Baas, Nijstad, & De Dreu, 2015), aún incipientes y en ocasiones contradictorios.
Presentar una revisión de estudios científicos en torno a los correlatos neuroanatómicos y modelos cognitivos que subyacen a la creatividad, así como presentar los diferentes factores biológicos, psicológicos y ambientales que modulan esta capacidad es el objetivo del presente trabajo.
Evaluación de la creatividad
La realización de estudios empíricos y experimentales que contemplen la evaluación de la variable de la creatividad presenta dificultades y desafíos dentro del campo científico; dado que, entre otros aspectos, el ambiente controlado propio de los estudios científicos puede poner en riesgo el proceso creativo y por tanto la validez de las observaciones hechas (McPherson & Limb, 2013).
Como ocurre con otras funciones del cerebro como la inteligencia o la memoria, la creatividad engloba varios procesos mentales entrelazados, que se caracterizan por ser de naturaleza multimodal (Batey & Furnham, 2006). Entre los métodos más comunes para evaluar la creatividad se encuentran las pruebas de pensamiento divergente, mediante las que se valora la capacidad de las personas para producir ideas alternativas, diferentes y originales ante un problema particular (Guilford, 1950; Torrance, 1966). Este tipo de pensamiento se evalúa a través de tareas que se realizan diariamente o a través de la evaluación de la actuación de artistas (Gonen-Yaacovi et al., 2013).
A su vez, existen diferentes tipos de tareas para evaluar la creatividad, las cuales implican generar la mayor cantidad posible de soluciones para un problema o usos de un objeto (Baer, 1991; Charles & Runco, 2000). Entre ellas podemos nombrar el Test de usos múltiples o usos alternativos (Wallach & Kogan, 1965) o la batería de Torrance de pensamiento creativo, que comprende diferentes subpruebas de contenido verbal y figurativo orientadas a estimar el nivel de creatividad según las dimensiones o funciones cognitivas de fluidez (habilidad de encontrar numerosas soluciones para un problema), flexibilidad (habilidad de encontrar diversas alternativas para la solución de un problema) y originalidad (habilidad de resolver problemas de forma diferente a las utilizadas habitualmente) de los individuos (Torrance, 1966).
Factores que modulan la creatividad
Diversas investigaciones en el campo de la creatividad señalan que esta capacidad cognitiva la poseen todas las personas, pero que es posible modularla dependiendo de ciertos factores biológicos, psicológicos, sociales o ambientales (Ward, 2007). En este sentido, algunos estudios establecen que ciertas habilidades cognitivas generales, tales como el coeficiente intelectual y otras medidas de conocimiento, pueden predecir el pensamiento divergente (Batey & Furnham, 2006), otros identifican diferencias según el sexo de la persona (Abraham, Thybusch, & Pieritz, 2013), o de factores psicológicos como la personalidad y la motivación (Chiang, Hsu, & Shih, 2017); otros demuestran el efecto positivo que tienen el entrenamiento artístico en el desempeño creativo (Hass & Weisberg, 2009) o la exposición a ambientes multiculturales con el consecuente uso de lenguajes extranjeros, por ejemplo, en el caso de personas que realizan viajes a lo largo del mundo o que utilizan un segundo idioma en el ambiente laboral (Stephan, 2017).