La cultura es un sistema de significados (creencias, valores, normas, actitudes, conductas, conocimientos, habilidades, etc.) compartido por un grupo determinado, que habla una lengua común, en un período histórico específico y en una región geográfica concreta (Triandis y Suh, 2002).
Su función es mejorar la adaptación de los miembros que pertenecen a la cultura a las características ecológicas del lugar en el que viven, pero también incluye el conocimiento que la gente necesita para funcionar de manera efectiva en su ambiente social.
Todo el sistema de significados que constituye la cultura debe ser aprendido por cada generación mediante el proceso de socialización, a través de las prácticas de crianza de los padres, las escuelas y otras instituciones sociales (Hogan y Bond, 2009).
Existe una gran heterogeneidad intracultural en el grado en el que las personas internalizan y utilizan las normas culturales, dependiendo de sus preferencias, estados de ánimo, situaciones concretas, etc. (Benet-Martínez y Oishi, 2008; Bowman, Kitayama y Nisbett, 2009).
Se podría decir que no existe una única correspondencia entre personalidad y cultura, sino sólo vínculos probabilísticos, de tal manera que la cultura incrementa la probabilidad de ciertos comportamientos consistentes con lo observable entre segmentos significativos de la sociedad.
La persona se adapta al marco cultural, desarrollando su propio y único conjunto de tendencias de respuesta, orientaciones cognitivas, metas y valores (Heine, 2001). En este sentido, se estima que aproximadamente el 60% de los individuos de una cultura se comportan de acuerdo con el sistema de significados compartidos por los miembros de la misma.
Existen muchas dimensiones de diferenciación cultural, siendo la que más atención ha recibido la de individualismo-colectivismo, que se refiere al grado en que la persona está integrada en el grupo.
En esta línea, en las culturas colectivistas la unidad básica de actuación es el grupo, mientras que en las individualistas es la persona. Más concretamente, y de acuerdo con Triandis (2001), el colectivismo hace referencia a un conjunto de significados y prácticas que propicia que las personas: (1) enfaticen la conexión con su grupo, considerándose interdependientes del mismo; (2) se describan a sí mismas más como miembros del grupo que como individuos; (3) crean que la conducta social está más determinada por los elementos externos (p. ej., normas del grupo) que por los internos (por ej. rasgos o características de personalidad); y (4) enfaticen las metas colectivas.
Por otra parte, el individualismo es un conjunto de significados y prácticas que produce que las personas: (1) enfaticen el carácter único e independiente del individuo; (2) se describan a sí mismas mediante atributos personales; (3) crean que la conducta social está más determinada por estos atributos personales que por las características externas; y (4) den prioridad a sus metas personales sobre las del grupo.
Las sociedades tradicionales del este de Asia (China, Japón, Corea), África, Latino-América y las islas del Pacífico son colectivistas, mientras que las culturas de Norte América, Australia y Europa son individualistas, aunque quedan algunas comunidades colectivistas en el sur de Italia, la Grecia rural y este de Europa.
Aunque se han estudiado distintas sociedades, sin embargo, la gran mayoría de la investigación se ha centrado en la comparación de los ciudadanos del Este asiático, fundamentalmente japoneses, con los estadounidenses.
Modelos teóricos en el estudio de la personalidad y la cultura
Fundamentalmente existen dos perspectivas en el estudio de la personalidad y la cultura, la psicología cultural y la transcultural.
La psicología cultural (Cross y Markus, 1999; Kitayama y Markus, 1999; Nisbett, Peng, Choi y Norenzayan, 2001) enfatiza: (1) la constitución mutua de cultura y personalidad, es decir, la personalidad no se puede separar del contexto social y cultural en el que se desarrolla y se expresa, y, por lo tanto, se considera que la personalidad se construye socialmente a través de las interacciones entre el individuo y su ambiente cultural; (2) el estudio de los aspectos específicos o indígenas de cada cultura, a los que se denomina émicos [palabra que deriva de fon(émico), que hace referencia a los sonidos específicos de cada lengua], por lo tanto, hacen descripciones de los fenómenos psicológicos muy contextuales; (3) el estudio de los procesos, como expectativas, atribuciones, creencias, motivos, etc. (vs. las diferencias individuales); y (4) el empleo de metodología experimental.
Por su parte, la psicología transcultural (McCrae y Costa, 1997): (1) considera que cultura y personalidad son entidades distintas, entendiendo que la cultura es la variable independiente que tiene influencia en la personalidad, que sería la variable dependiente; (2) se centra en los aspectos universales de todas las culturas, denominados éticos [que deriva de fon(ético) que se refiere a los sonidos idénticos en todas las lenguas], y por ello sus estudios se focalizan en la comparación de diferentes culturas con el fin de encontrar estos universales culturales; (3) pone énfasis en el estudio de las diferencias individuales (vs. los procesos), fundamentalmente, los rasgos; y (4) metodológicamente se centra en el empleo de cuestionarios estandarizados tradicionales (Benet-Martínez y Oishi, 2008).
El Self
El self hace referencia a cómo la persona se ve a sí misma y cómo se evalúa.
A su vez, este conjunto de esquemas autoreferentes que constituyen lo que se denomina self, influye, e incluso determina la experiencia individual, es decir, cómo se percibe el mundo, o cómo se piensa, siente y actúa.
El self se va constituyendo a través de la interacción del individuo con el ambiente cultural. Mediante esta interacción el individuo capta los significados del ambiente. De esta manera, el autoconcepto que emerge en las culturas individualistas difiere sustancialmente del que surge en las sociedades colectivistas. En este sentido, se distingue el self independiente, propio de las culturas individualistas, del self interdependiente, más frecuente en las sociedades colectivistas (Church, 2000; Markus y Kitayama, 1991).
Referencia:
Moreno, J. y Cols. (2011). Psicología de la personalidad. Madrid, España. UNED.